7.14.2011

Verano

Para mí la palabra verano es sinónimo de familia.
Llegué a vivir a Cancún un Verano, recién terminada nuestra luna de miel. Al año siguiente cuando comenzaban las vacaciones nació mi primer hijo, y a los pocos días llegaron a conocerlo nuestros familiares. Llegaron de distintos lugares. Esos días estrenábamos todo: bebé, casa, negocio. La familia que nos visitaba nos cobijaba, dándonos la seguridad de que, aunque lejos, seguíamos presentes y cerca de ellos por el cariño.
Conforme transcurrieron los años vinieron acompañados por amigos y novios. Llegaron los recién casados y la familia empezó a crecer. Ya no podían quedarse todos en una villa, así que llegaban a dos, y luego a tres. Casi cada año venían con un nuevo miembro al que esperábamos conocer. Con los bebés, llegaron los títulos: abuela, tío, prima, bisabuela… y los diminutivos y nombres de cariño: Tita, Ro, Mate, Dany… caras con nombres gracias a la continuidad y a esa cercanía estival.
Los vimos dar sus primeros pasos, construir castillos de arena, y a veces los dejamos chapotear en una pileta donde la gente se lava los pies. Vigilamos los clavados con salvavidas, los saltos en las olas, testigos siempre de los lazos que iban formándose entre ellos. Junto con las caracolas, se guardaron recuerdos que les darán la seguridad de que pertenecen a una familia que los ama.
Cada verano esperamos su regreso. Durante 15 días escribimos anécdotas en nuestros corazones. Nos emociona que algunos ya tienen la edad que teníamos nosotros cuando estas vacaciones comenzaron. Nuestras familias crecen, pero a pesar de la distancia, permanecen unidas por el amor.